Magia y sanación en solo una sesión de regresión
Disfruta del relato de esta bella regresión que atestigüé el invierno de 2023.
Candela es una mujer recién graduada en la universidad, que viene al gabinete del Centro Alsia para investigar una dolencia que viene sufriendo “desde siempre”: siente un apego tan grande hacia sus seres queridos que llega a enfermar si se separan de ella. Le ha sucedido en numerosas ocasiones, tanto con familiares como con su marido, que llamaremos Mateo. No es algo que ella pueda decidir, sino algo físico que no puede controlar.
Me cuenta que, siendo niña, con ocho años, la llevaron de campamentos de verano. Tras cinco días llorando sin parar sus padres tuvieron que ir a recogerla. Su miedo fue tan grande que dejó de comer sólidos por la ansiedad, una patología llamada disfagia y ¡estuvo así hasta los catorce años!
Tras conversar un rato para conocernos, concretar lo que vamos a pedirle a su alma y explicarle cómo haremos la regresión, le invito a tumbarse en el sofá para que su subconsciente nos muestre la causa de todo esto. Lee si quieres esta otra página de la web para conocer con más detalle cómo se desarrolla una sesión.
A través de visualizaciones guiadas le voy conduciendo por diferentes escenarios, hasta que le digo: “a la cuenta de tres irás a otro momento y otro lugar que te muestre el origen de tu miedo a la separación y el abandono, un, dos, tres!” y enseguida se ve como un niño de seis o siete años, en Inglaterra, en plena revolución industrial.
Me describe claramente su ropa, va con bermudas, camisa y chalequito, y una boina que le queda muy bien. Está triste, solo, en una calle con mucha gente, es algo así como un mercado.
Y me cuenta todo esto:
Hay mucho ruido y nadie me hace caso. Vengo de la fábrica… sí, soy un niño, pero trabajo, con el herrero. Soy el único niño en la fábrica y estoy rodeado de hombres mayores, algunos muy viejos. En general me tratan mal, con desprecio. No tengo padres ni hermanos. El herrero me ha acogido, de alguna manera.
Me llamo Miguel y vivo en una pequeña y oscura casa. A la entrada de la cocina hay un arco, hay una ventana con cortinas muy tupidas, trapos, pero ahí no se cocina. Se cocina en la entrada de la casa, en la chimenea, pero no ahora. Es como si fuese una casa abandonada. Estoy muy delgado. Arriba hay un granero oscuro, pero nunca subo porque me da miedo. Duermo abajo, en un colchón de paja. Siempre tengo frío y estoy sucio de grasa.
Recuerdo cuando vivía con mi madre y con mi padre, en esa misma casa, cuando había vida en ella y la chimenea estaba siempre encendida y no hacía frío. Primero se fue mamá: se despidió diciéndome que me quería y que lo sentía, pero yo era muy pequeño y no supe a dónde se iba ni por qué. Nunca más la volví a ver.
Los siguientes años de la infancia y pubertad pasan tristes y lentos. Mi padre es un buen hombre, alto y fuerte, es leñador y lleva una boina como la mía. Es como si la boina fuera distintiva de nuestra familia u origen, algo así. Lleva camisas de cuadros.
Es mi padre, pero…¡es mi marido actual!
Sin yo decirle nada, ella se da cuenta espontáneamente de que el alma de su marido actual es la misma alma que encarnó en su padre hace doscientos años. Es muy emocionante para ella y también para mí. Sigue contándome lo que pasó, y yo sigo tomando notas, como es mi costumbre:
Ahora tengo unos catorce años. Un día, veo a mi padre en el campo, discutiendo con un hombre. Es un tema de tierras y están muy enfadados. Entonces, ese hombre ¡apuñala a papá y lo mata!, ¡mi vida se ha acabado! Ese hombre viene hacia mí, corro por el campo, ¡me duele el corazón!, ¡me han clavado algo!, ¡me han matado a mí también!
Es el mismo señor que mató a mi padre, calvo, con bigote, malvado. Me mata para que no me chive, para que no diga lo que sé.
De repente mi padre viene a buscarme, es un ángel lleno de paz y está en una nube de luz. Me voy con él y en la nada, por un agujerito, aparezco en una puerta con mucha luz detrás. Pero no he podido entrar, bueno he entrado, pero he salido sin darme cuenta.
Un momento delicado que requiere mi intervención
Comprendo que el alma de Miguel corre el riesgo de quedarse vagando en pena en el campo astral de la tierra y le ayudo a ir al Espacio Entre Vidas, al verdadero hogar espiritual que cada persona humana tiene al otro lado del velo. Y vuelvo a hacerme a un lado, siendo mera testiga de lo que me va relatando:
Allí, en el Espacio Entre Vidas, Miguel se reúne nuevamente con su madre, que le explica lo que sucedió: mamá me dice que necesitaba huir del pueblo, que tenían problemas económicos y también personales y que ella era artista o cantante y tenía que ir a la ciudad para darse una oportunidad, que quería rehacer su vida en la ciudad. Sabía que me haría sufrir mucho, pero me quiere mucho. Está arrepentida del daño que nos hizo, pero es feliz ahora. Yo no tanto, necesitaré un tiempo para perdonarle…
Mi padre sí que ha perdonado todo, es como un ángel. Aceptó la situación y está en paz.
Todo esto me ayuda a comprender la relación actual que tengo con mi madre, aunque sean almas diferentes.
Esto último no me lo dice Miguel sino Candela, con lo que podrás comprender que, ambos, Candela y Miguel, están siendo conscientes de esta experiencia, como debe ser en una regresión terapéutica.
Cuando parecía que había terminado la sesión y estaba apunto de inducirle la vuelta a la consciencia cotidiana, se da cuenta de que el asesino está presente en su vida actual, se trata de una antigua relación que le traicionó hace unos años: ¡es Hugo! Últimamente he tenido pesadillas con él. En la vida de Miguel estaba enamorado de mi madre, por eso se fue, ¡porque la acosaba! Mis padres sentían que podría matarla. No está arrepentido de nada, sino que le veo lleno de furia todavía. En el fondo, quiero y puedo perdonarle. Ahora comprendo mejor la relación que hemos tenido en la vida actual y puedo decirle: te perdono, pero vete de mi vida.
Y un final conciliador
No he vuelto a ver a Candela desde entonces y todo lo relatado sucedió en una sola sesión de hora y media, quizás un poco más, hace aproximadamente seis meses. En este caso, fue online.
A raíz de escribir ahora su experiencia, me he puesto en contacto con ella para saber cómo está y si ha resuelto el problema original de sentirse físicamente mal ante la idea del abandono o la separación.
Me dice que está muy bien y que está empezando un nuevo trabajo en su especialidad, después de años de esfuerzo. Guarda un profundo recuerdo de la sesión: la describe como mágica y esclarecedora. En cuanto al abandono, ha encontrado una fórmula para llevarlo mejor: es cierto que cuando puedo llegar a sentir ese “miedo” que al final yo pienso que no deja de ser como un ataque de alguna energía maligna que aprovecha ese punto débil cuando estoy bajita (desde entonces solo me ha pasado una vez) lo identifico más rápido y siendo consciente de que todos tenemos una herida, relativizo. Todavía no nos hemos separado Mateo y yo, es cierto que por trabajo se va en breve y pasa una noche fuera de casa; ya veré cómo actúa mi cuerpo en ese momento, pero por lo general no me atormenta tanto.
Mateo, mi marido, dice que me nota una mejoría considerable, sobre todo en la paz y la tranquilidad con ciertos temas que antes me causaban ansiedad.
En cuanto a Hugo, que le ha traicionado en la vida actual y que mató a Miguel y a su padre hace 200 años, ya no se acuerda de las pesadillas (¿premonitorias?) que tuvo antes de la sesión, y actualmente siente indiferencia e, incluso, le desea lo mejor en su camino y que evolucione.
¿Se le pueden pedir más a dos horas de trabajo interior?
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Muchas gracias Candela, por la sesión de hace seis meses y por tus recientes comentarios. Es bello acompañar a personas en terapia de sesiones regulares y es igualmente enriquecedor ver la ayuda que puede suponer una sola sesión de regresión. ¡Estoy al servicio!
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