Esta terapia no es para todo el mundo

La terapia transpersonal requiere coraje

Hace poco vino una chica a la que no supe ayudar.

Había contactado conmigo porque una amiga le contó su experiencia en el Centro Alsia y buscaba algo similar: una experiencia profunda, transformadora y única.

Pero cada caso es diferente y no le pude dar lo que deseaba. Muchas veces, cuando la persona trae un motivo claro de investigación, el conflicto o la situación se resuelve en una sola sesión y a ambas nos queda un buen sabor de boca. Ella traía esa referencia, pero su caso no se podía resolver en una sola sesión.

Se trataba de una chica que llevaba un año de baja y era su tercera baja larga en los últimos cinco años, la llamaré Clara. Cada baja había tenido un detonante concreto por el que sentir ansiedad, miedo o duelo, situaciones que aparecen en toda vida humana.  Pero ella se encontró con algún médico que pensó que era mejor medicarla, antes que permitir que el cuerpo y la mente superaran los obstáculos de la vida con naturalidad.

Hay una tendencia a medicar por situaciones naturales que solo requieren aceptar la pérdida o descansar. Hay una demanda altísima a ser operativos y no romper el ritmo de trabajo y relacional. Pero claro, se acaba cogiendo la baja igualmente y se acaba dependiendo de unos barbitúricos que son más dañinos que el mal que se pretendía aliviar.

La cuestión es que Clara me contó que llevaba cinco años sin poder dejar la medicación, porque a cada intento volvía a los síntomas con más miedo y angustia. Había relegado su equilibro emocional a la química externa, a la medicación, y ya no sabía cómo recuperar el timón de su mente.

Cuando empezamos a tomar este tipo de medicamentos se nos olvida el poder adictivo que tienen. Es más, en la mayoría de los prospectos se especifica que es para tratamientos de unas pocas semanas o meses, y cuando sobrepasamos ese límite la cosa se complica. Parece ser que tras diez años la necesidad se hace crónica y que el cerebro ya no puede funcionar sin ese químico.

Esta chica llevaba “solo” cinco años, pero su dependencia ya era altísima. Me contaba que cada vez que tenía un conflicto emocional iba al psiquiatra a que le ajustara la dosis y que este en muchas ocasiones le cambiaba la medicación. Me decía: “cada vez que me la cambian es peor, cada día me siento más rara, ya no me reconozco. Ahora tengo como una sensación de abotargamiento, como que no me afectan las cosas, pero estoy mal. He leido que el abotargamiento es un efecto secundario de la última pastilla que me ha dado, para complementar el trankimazin de la noche, porque es que me costaba dormir. Y si ahora vuelvo y se lo digo no sé qué me dará.”

Había una clara preocupación por el nivel de medicación que llevaba: ya no podía activarse por la mañana o descansar por la noche sin sus pastillas, pero no vi un deseo profundo de liberarse de esa adicción. Se había acomodado a que algo externo le relajara o le activara. Es como si la relación que tenía con la medicación reflejara su falta de autoestima y su necesidad de someterse a la autoridad (el médico) que le decía lo que tenía que hacer.

Aunque pueda parecer lo contrario, esto no pretende ser una crítica al sistema sanitario, sino un alegato al poder personal, a la necesidad de liderar nuestros procesos de salud.

🌻

Luego sigo con Clara, pero fíjate primero en lo que le pasó a mi amiga Pilar. En este caso no era una paciente, sino una amiga personal: al inicio del confinamiento le dio un ataque de pánico por la situación que estábamos atravesando a nivel mundial y el médico de cabecera le recetó lorazepam para que se le pasara el susto con un poco de ayuda. Se sobrepuso a ese crucial momento y recuperó la normalidad. Las pastillas fueron de gran ayuda. Pero siguió tomando la pastillita para dormir sin darse cuenta de que ya no le hacía falta. Y el lorazepam seguía haciendo su efecto de deprimir el estado de alerta y, al no haber alerta, empezó a afectarle al ánimo. De ser una mujer bien activa y con mucha energía, empezó a apagarse hasta encontrarse lenta, torpe y sin motivación para la vida cotidiana. Todo fue un proceso gradual e imperceptible, hasta que se hizo evidente que tenía una depresión bastante incapacitante: le costaba levantarse de la cama y había dejado de atender la casa como acostumbraba.

Afortunadamente, tuvo la corazonada de acudir al  médico de cabecera y el médico tuvo la precaución de revisar su historial con todo detalle y se dio cuenta de que Pilar no había tenido ninguna revisión de la medicación desde que se la recetaron hacía cuatro años y de que tampoco se le había puesto una caducidad a la disponibilidad del fármaco en la farmacia.

Inmediatamente, le redujo a la mitad el lorazepam y le recetó un antidepresivo. Fue demasiado para mi querida Pilar, que empezó a convulsionar y tuvo un pico de azúcar gravísimo. Parte de sus síntomas eran un síndrome de abstinencia por la ausencia del relajante y otra parte por el efecto desmedido que le había hecho el antidepresivo. Pero pasado ese susto inicial, en su conjunto, Pilar estaba contenta porque ya no estaba deprimida y tenía ganas de hacer cosas. Volvió al médico solo por el pico de azúcar y por un tic nervioso que le había aparecido en los pies y en la cara: gesticulaba inconscientemente, sobre todo abriendo los ojos en exceso y frunciendo los labios constantemente.

En consulta, el médico le sugirió que empezara a tomar un tercer medicamento que aliviara ese tic nervioso residual que le había quedado. Y en ese momento, justo ahí, reaccionó: “oiga doctor, yo quiero dejar de tomar todas estas medicinas, fue por un ataque de ansiedad hace cuatro años, ya no necesito nada de todo esto, ayúdeme a dejarlo poco a poco”. Y así fue.

No le recetó ningún medicamente para el tic nervioso y además le bajó la dosis del antidepresivo. En pocas semanas dejó por completo el antidepresivo y, actualmente, la dosis de lorazepam es mínima. Y la dejará definitivamente en unas pocas semanas más. Eso sí, durante unos días le costó dormir, pero le permitió a su cuerpo el periodo de adaptación necesario y poco a poco todo se va normalizando. El tic nervioso también se ha reducido mucho y confiamos en que todo vuelva a la normalidad pronto. ¡Bravo por la valiente Pilar!

Volviendo a la charla con Clara, te diré que ella no ha encontrado, de momento, la fortaleza de Pilar para desear dejar la medicación. Me contó que la última baja fue debido a que su marido tuvo una urgencia médica grave, con muchos días de hospitalización y una larga convalecencia en casa, y que fue muy duro para ella: por una parte, la vida de su marido corrió un peligro real y ella temió lo peor, sufriendo pánico y amargura.

Por otra parte, le supuso un sobresfuerzo físico el seguir trabajando, llevar la casa e ir cada día al hospital o atenderle en casa en el postoperatorio. La angustia y el miedo le hicieron redoblar la medicación, que de todas formas no fue suficiente, y tuvo que coger la baja de puro agotamiento físico y ansiedad emocional.

El marido retomó su actividad laboral y relacional en unos cuatro meses, creo recordar, y ella lleva ocho meses más sin poder superarlo: “resulta que ahora tengo vergüenza de volver a trabajar, cómo les explico a mis compañeros que yo seguí de baja si mi marido ya estaba bien… además, como que no quiero volver a trabajar, como que veo que llueve o hace frío y pienso que estoy muy bien en casa, que no necesito ir a trabajar. Y todas las mañanas cuando me levanto pienso todo esto y me entra mucha ansiedad y ya me pongo mala para todo el día”.

Entonces le hice repetir esa última frase: “todas las mañanas cuando me levanto pienso todo esto y me entra mucha ansiedad y ya me pongo mala para todo el día” y le pregunté:

¿Y si te enseñara a no alimentar ese caudal de pensamientos matutino?

“Sí, por favor, sería estupendo” me contestó.

Le dije, como digo a todas las personas que venís al gabinete, que yo no interfiero con la medicación ni es requisito dejarla para trabajar conmigo, pero que considerara si quiere seguir medicada para toda su vida o si prefiere tomar la responsabilidad de su estado anímico y aprender a gestionar las emociones. Le dije también, como te digo ahora, que podemos no atender al caudal de pensamientos obsesivos, cuando aparece. Y le propuse una rutina matutina para que probara si le resultaba efectiva:

Todas las mañanas, nada más levantarte, haz este ejercicio de equilibrado de chakras. Te dará mucha energía y hará que tu mente se concentre en otra cosa. Así, no luchas contra el torrente de pensamientos desagradables, sino que le das a la mente un quehacer alternativo mucho más agradable y sanador. Y sal a la calle, deja la casa ventilando y sal a respirar aire fresco. Si puedes, rodéate de árboles si tienes un parque cerca, pero en todo caso, que te dé el aire. Solo por un rato, y como una nueva costumbre, mientras estés de baja por lo menos.

Hicimos el ejercicio de chakras en el gabinete, para que viera lo que es. Lo tienes en formato audio en el apartado Regalos para el alma de la web, y puedes acceder a través de este enlace: ejercicio de equilibrado de chakras. Tembló todo el rato que duró el audio, señal de que estaba siendo sanador, de que se estaban liberando toxinas. Aunque a ella no le gustó mucho lo de temblar.

Al día siguiente nos comunicamos por whatsapp y me dijo que había hecho el protocolo matutino y que había resultado muy efectivo a nivel mental, porque no había habido ese torrente de pensamientos obsesivos, pero que a nivel emocional estaba muy conmovida: que había dormido muy mal, que el cuerpo estaba muy nervioso, y que estaba llorando sin motivo.

Toda esa liberación somática (física) y emocional estaba sucediendo sin dejar la medicación. Para mí eran muy buenas noticias del poder auto-sanador de Clara. Además, era, y sigue siendo, una señal de que conserva la fuerza de voluntad suficiente como para revertir el poder otorgado a la química, a la medicación. No así la voluntad.

Porque Clara no pudo permitir ese malestar temporal, no lo vio como un progreso. No pudo permitirse estar unos días mal, sacar todo el dolor que las pastillas habían escondido durante cinco largos años. A la mañana siguiente tenía cita con el psiquiatra. No sé de qué hablaron ni si le prescribió algo, no se lo pregunté, solo sé que esa misma tarde canceló la siguiente cita que teníamos, dando por concluido el incipiente proceso de acompañamiento.

Lo acepté, claro que sí, yo solo acompaño hasta donde se me pide. Y aunque yo no haya sabido ayudarle, espero que lo consiga, ¡ánimo Clara!

 

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Sirva este artículo como un acto de humildad: no puedo ayudar a todo el mundo. Gracias a Clara he comprendido que mi forma de terapia requiere que pongas voluntad, que seas valiente y que desees desmontar el lado oscuro que te ata al sufrimiento. No sé qué hacer cuando alguien busca la varita mágica que le devuelva la paz y la alegría. Yo no la tengo, ojalá la tuviera.

Pero si hay determinación, pongo todos mis conocimientos y habilidades para ayudarte a acceder a la causa de tu sufrimiento y disolverla, esté en esta vida o en otro momento o lugar.

 ¡Estoy al servicio!

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Si crees que te puedo ayudar, pide cita por WhatsApp (haciendo clic en el botón verde) o llámame al número de teléfono que figura en el pie de la página. Estoy en Vitoria-Gasteiz, Euskadi, y también atiendo online, será un placer atenderte, también en euskera.

Gracias por estar ahí, bella alma lectora 💛

Libera el inconsciente, ese espacio profundo, lleno de luces y sombras.

Da luz a las sombras, para que se disuelvan en el Amor y el Perdón.

Si quieres sanar heridas o desbloquear obstáculos, contacta comigo, ¡libérate! 🌻

 

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